Publicado en el El Economista del 27 de julio de 2020
El Conicet se encuentra agitado. No solo por sus investigaciones y hallazgos sobre el Covid-19. Parte de sus casi 11.000 investigadores reclaman aumentos de salarios y amplifican en las redes sociales una “jornada de protesta virtual”. Y unos 1.200 becarios, que integran un colectivo de 12.000, demandan otra prorroga de sus becas. El presupuesto del Conicet es notoriamente insuficiente para financiar la actividad de sus investigadores y becarios. Pero este no es un problema de ahora. Tampoco de los últimos cuatro años. Se agravó indudablemente en este último lapso. Pero la inconsistencia entre la velocidad de crecimiento de sus compromisos y el presupuesto asignado es manifiesta desde hace mucho tiempo. Y ante la escasez, el cierre de la ecuación ha descansado en el ajuste de remuneraciones, estipendios y otras partidas imprescindibles para la actividad científica.
Las remuneraciones de los investigadores del Conicet tuvieron en el último año una pérdida en términos reales de alrededor del 27% y acusan un descenso continuo desde 2009, según algunos de sus representantes gremiales. Otros cálculos muestran que el poder adquisitivo del salario de un investigador “Categoría Principal” viene cayendo ininterrumpidamente desde 2011 y acumuló una pérdida del 45% hasta 2019. La situación de los becarios es aún más comprometida. El deterioro de sus estipendios tiene tal magnitud que su poder adquisitivo, aun computando el extraordinario aumento del 52% que otorgaran las actuales autoridades en el primer semestre del año llevando el estipendio de los doctorandos a $ 45.430 en junio pasado, ronda apenas los niveles de 2018. En consecuencia, el deterioro de los ingresos de los becarios tampoco es un fenómeno reciente. Aun computando el 52% de aumento, su poder adquisitivo exhibe una caída de casi el 35% con relación a los máximos valores de 2006.
El achicamiento de las remuneraciones ha sido entonces la salida encontrada ante un presupuesto que no acompaña los compromisos asumidos. Los investigadores, unos 3.800 en 2003, crecieron ininterrumpidamente hasta alcanzar los 9.236 en 2015 y casi 11.000 en 2019. Los becarios son casi cinco veces los registrados en 2003. Estos valores muestran una velocidad de crecimiento altísima, 7/10 veces la de la población del país, una notoria excepción en el contexto mundial. Los institutos de investigación propios y asociados, otro dato de relevancia que supone compromisos adicionales, pasaron de ser menos de 100 a comienzos de la década pasada, a 236 en 2015 y a 300 en 2019.
El desbalance tiene tal magnitud que en lo que va del año las partidas asignadas a becas absorbieron más de la cuarta parte del presupuesto devengado. Agregando las erogaciones en personal, se concentra en estos dos rubros más del 95% del presupuesto total. Poco queda entonces para otros gastos imprescindibles de la tarea científica. Una recomposición salarial persistente y un fortalecimiento de otras partidas imprescindibles requieren un esfuerzo presupuestario extraordinario que debe también tener continuidad. Los fondos necesarios crecen exponencialmente si se agrega a aquella recomposición un aumento tendencial de los recursos humanos y de los Institutos de Investigación.
Hay de esta manera una lógica en la dinámica de la institución, una constante en su funcionamiento que va más allá de sus administraciones circunstanciales y que aleja al Conicet del proyecto de Bernardo Houssay, su mentor. Hay que repensar esa lógica y esa dinámica. No alcanza con la reivindicación presupuestaria. Es necesaria una mirada estratégica que armonice compromisos, velocidad de crecimiento, recursos disponibles, producción científica, rendimiento de la inversión y relación del Conicet con las universidades, la otra parte importante del sistema científico del país.
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