Hace un tiempo tuve la oportunidad de presenciar el acto de colación de grado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Un acto ameno con dos oradores, una graduada y el Secretario Académico de la Facultad. En el primer discurso, que estuvo a cargo de la graduada, hizo referencias a la vida universitaria desde la posición del alumnado, en cambio, el secretario académico lo hizo desde el punto de vista del profesional. Una frase que resalto, es aquella que hiciera alusión a ciclos virtuosos. Desde la economía tenemos experiencia y conocimiento acerca de éstos, ya que desde 1930 se ha generalizado este enfoque para el análisis de la Demanda Agregada y su acción o desempeño en el corto plazo. Sin embargo, la tesis de la existencia de ciclos se encuentra presente en todos lo órdenes de la vida, y como tal, puede ser aplicado a la educación, en este caso la superior, tanto en el proceso que se desarrolla hacia el interior de la institución, como el que transita el propio educando. En ese discurso se hacía referencia al proceso de enseñanza, tal vez como un flujo continuo de adquisición de conocimientos, saberes y capacidades (aquellas que permiten la obtención de logros). También se mencionaba una instancia de enseñanza, como posible estadío siguiente al del aprendizaje. Si se toma como flujo continuo, este bagaje de experiencias adquiridas tiene un potencial de ser transformado en un producto único, distinto y personal, capaz de ser transferido en una instancia siguiente. Luego, al reconocerse incompletos en este camino del conocimiento, es posible que algunos (esperando que sean muchos), elijan un nuevo camino de aprendizaje, e iniciar el ciclo nuevamente.
Todo lo antedicho llama a la reflexión, no sólo sobre el sistema educativo, sino sobre el compromiso personal y colectivo que tenemos como sociedad, propiciando la adquisición de instrumentos para lograr la construcción de una sociedad con mayores capacidades, entendida como el camino para obtener logros.
Nos encontramos frente a un gran desafío, propiciar el desarrollo del conocimiento y la cultura hacia todos los sectores de la sociedad. Es a partir de allí, que se puede construir un espíritu crítico, tanto desde lo individual, como de lo colectivo. El desarrollo de este espíritu crítico permitiría, por ejemplo, el establecimiento de una “insubordinación ideológica”, condición necesaria para la “insubordinación fundante”, como lo plantea Marcelo Gullo (2010).
Si bien, estas palabras entusiasman, la realidad de la Argentina no parece ser tan promisoria. Desde los resultados de las pruebas PISA en adelante, podríamos correlacionar, el desempeño en la escuela media con los logros obtenidos, no solo en el ámbito universitario, sino en la vida laboral. Para estos casos, los resultados no parecen ser muy alentadores.
Sin embargo, todo depende de nosotros, del compromiso que cada uno tenga hacia su comunidad, es decir, su familia, su escuela, su barrio, en definitiva, su patria. Decir, “es el momento de hacerlo”, sonaría mesiánico o demagógico. Siempre se está a tiempo de comenzar a comprometerse desde el espacio que a cada uno le toca vivir.
En particular, desde el proceso cíclico que se expuso previamente, se renuevan las esperanzas que, a partir del entusiasmo de aquellos jóvenes, se estimulen los ciclos virtuosos de la vida académica. Pero en particular, del desarrollo de un espíritu crítico que propicie nuestra libertad.
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